QUERIDO DIARIO (parte 1)
Sobre (no) releer tus diarios, sobre escribir de otra forma, sobre la parálisis
Uno se encarniza. No se puede escribir
sin la fuerza del cuerpo
Marguerite Duras
Miro mis uñas para comprenderme. Las miro y me dicen lo que esperaba, que todo se me está yendo de madre, o casi todo. La del índice derecho es larga y redondeada, da el pego. La del corazón dibuja una forma irregular, como los picos de una cordillera. Termina en un pellejo que ya está seco, justo donde la piel rota bombea, a punto de salir la pus. Al menos no me he mordido ninguna de las diez uñas, hace tiempo que me quité el vicio. Miro mi mano izquierda. Está mejor, aunque los nudillos siguen secos. Siempre le digo a J que se hidrate las manos, pero yo no lo hago nunca.
Miro mis uñas y me dicen lo que ya sabía, que estoy nerviosa. Obvio. Acabo de leer y releer el párrafo anterior, una y otra vez. Siempre es lo mismo. Muevo un punto, añado una coma, fusilo una frase. Añado otra. Cambio una palabra que antes me parecía perfecta. Eso es, esta suena mejor. O no, o sí. La leo en voz alta una, dos, tres veces. Finalmente, la dejo. Qué remedio.
Así es como funciono, supongo. Lenta, como un caracolito. Y lo odio. Hace un rato me he cargado un texto de 1.842 palabras. Las he contado antes de matarlo, por curiosidad. Mi antiguo jefe me decía que se fiaba de mí porque soy perfeccionista. No sé si en algún momento se llegó a percatar de mis viajes al baño, creo que no. Siempre entraba al más grande, el de minusválidos. Cerraba el pestillo con violencia y, en mi esquina de siempre, me sentaba a llorar. Luego, seguía escribiendo.
Los párrafos me han quedado un poco largos, pero los voy a dejar. No me da la gana borrarlos, estos no. En realidad, esta publicación iba a ser otra cosa; una cosa que luego fue otra cosa y luego otra cosa. Una especie de texto sobre mi relación con los diarios y todas las observaciones y contradicciones a las que he llegado desde que me propuse darles un cuerpo. Creo identificar el germen de la idea: un domingo de abril del año pasado, después de un concierto de yavy. S, D y yo bajábamos Argumosa cuando les dije que había decidido releer tooooodos mis cuadernos (qué flipada). Volvería al pueblo y me los traería a Madrid. No lo hice.
A partir de ahí entré en un bucle que con el tiempo se ha ido haciendo más y más grande. Pensé en mis intenciones y en por qué solo fui capaz de leer la franja de los 10 a los 18 años. Los textos posteriores los ojeé con pereza, escaneándolos en diagonal y seleccionando cada página con cuidado. Con eso, de momento, me fue suficiente. Hay recuerdos a los que, yo qué sé, ¿para qué volver? Además, en algunas etapas de mi vida me caigo bastante mal.
Este iba a ser un texto sobre la relectura de diarios. O, más bien, sobre la imposibilidad de hacerlo. O, quizás, sobre la necesidad de escribir de otra forma. Este iba a ser, creo, un texto-función. Pero no lo es. No hay respuestas, solo un camino lleno de piedras, y cada una de ellas es una palabra con la que me tropiezo, una y otra vez, hasta que me caigo de plancha y me rompo una pala: interlocutor, Federico Falco, verdad-mentira, Carmen Martín Gaite, ansiedad, Olivia Laing, soledad, Sabina Urraca, Rachel Cusk, tipografía, Lydia Davis, Olivia Sudjic, soporte, parálisis, etc, etc, etc. ¿Y ahora, cómo ordeno yo todo esto? Corro por las escaleras del metro y pienso, me miro un principio de variz y pienso, me como mi crema de lentejas trituradas del Mercadona y pienso.
Y así me he tirado cuatro meses sin publicar nada, solo pensando. Tengo anotadas ideas de textos que me entusiasman, pero no los abordo por miedo a fallar, a no sentirme satisfecha. Otros, como este supuesto texto-diarístico, han pasado por varias etapas e intentos frustrados. Mis libretas están llenas de tachones y flechas. He pensado tanto en él, en cómo darle una forma, que ahora tengo mis pies hundidos en el barro.
De niña soñaba que pisaba un terreno de arenas movedizas y que bajo ellas me hundía. Pero, en el mundo real, nunca he tenido que esquivarlas, ni me ha nacido una tenia en la boca del estómago que después tendría que defecar, ni me ha hecho la sonrisa de payaso un Latin King. Todas las pesadillas con las que crecí de niña han desaparecido. Ahora hay otras. Tocan el timbre y se turnan para pasar, educadamente. Traen historias distintas, pero su base es la misma: no escribas, déjalo ya, esfuérzate en otra cosa. Lo sé porque he vuelto a apuntar mis sueños.
Y, aunque me prometí no caer en una especie de rueda hiperproductivista —aquí no, por dios, no—, os veo a todas publicando y siendo tan rápidas e interesantes y enérgicas y despreocupadamente ligeras que solo quiero: llorar. Esta vez, en el baño enano de mi casa, encima de la taza del wáter, mientras miro los azulejos naranjas y pienso que están algo sucios. Tocará pasarles el trapo.

***
¡Qué bueno! Cómo he disfrutado leyéndolo. Ya lo echaba de menos. Admiro esa ¿rutina? de escribir desde hace tanto tiempo. Por aquí, lamentablemente, lo descubrimos algo más tarde. También el hecho de que lo hagas en papel. Y mucho más de que lo compartas para que los demás podamos disfrutar(te).
Te sigo leyendo. Abrazos.
Muchísimas gracias, Isaac! No sabes lo feliz que me hace leer esto 🫶🏻🫶🏻🫶🏻🫶🏻🫶🏻🫶🏻